El escándalo de Alberto Fernández es, sin dudas, uno de esos acontecimientos que se convierten en “eventos escandalizantes” porque afectan valores ampliamente compartidos por la sociedad. Así lo refleja este informe de la Consultora Zuban Córdoba y Asociados. Un primer dato relevante: un 90% de la sociedad afirma estar informada de lo sucedido. Que goce de una gran repercusión durante un periodo determinado de tiempo no anula el resto de los tópicos. El escándalo Alberto recién aparece en el puesto número 10 en un ranking encabezado por el crecimiento de la pobreza.
Eso de ninguna manera le quita gravedad al hecho. Pero si demuestra que cualquier intento de tapar otros temas o problemas frente a este escándalo tiene efectos limitados.
Ocurre un tratamiento similar en el caso Venezuela. Los que ven la dictadura de Maduro en Argentina reivindican el genocidio de Videla y los que defienden la “Revolución Bolivariana” parecen miopes ante la ola migratoria venezolana diseminada por el mundo y que en Argentina es la más numerosa de todas y ya representa un porcentaje alto en la PEC del AMBA.
Y eso debería ser materia de reflexión tanto para el oficialismo como para el peronismo que hoy sufre, sin duda alguna, las esquirlas de un caso de violencia que debe ser condenado con todas las letras.
Un 57% cree que el ex presidente debe ser juzgado por violencia. Menos de un 30% cree que se trata de una operación contra el peronismo, pero un 60% afirma que el caso de Alberto Fernández es utilizado por el gobierno para tapar la crisis económica.
Un 61% cree que el caso demuestra la existencia de la violencia machista. Un 48% afirma que siempre hay que creerles a las víctimas y un 63% dice que la línea 144 de asistencia a las víctimas de violencia de género es una buena herramienta. Además, un 58% cree que el gobierno aprovecha el caso para pegarle al feminismo.
Un 76% de la sociedad cree que el peronismo debe renovarse y expulsar a los violentos. La demanda de renovación dentro de la principal fuerza de oposición es clara y nítida. Ignorarla puede ser un error político fatal.
Pero ¿por qué el peronismo o el kircherismo incluso la izquierda renovarían sus nombres o cambiarían sus métodos o harían autocrítica de sus procederes?. Los cargos que disputaron -sin correr riesgos- los obtuvieron y equipo que gana no se cambia.
Los candidatos que perdieron no eran propios, en su mentecatez o concepción del poder ellos no perdieron. ¿Dónde está la derrota para un desclazado con chofer, trasladándose en vehículos oficiales que no siente en su bolsillo el aumento en el precio del combustible?.
Perdieron los laburantes, la militancia que los seguía pero para eso sobra la narrativa del martirio del pueblo del cual son culpables los recién llegados.
Ellos (o sea los nuestros) no sufren la crisis que denuncian en nombre de nosotros cuando estan fuera del poder, prometen que corregirán los “errores” que en realidad fueron decisiones concienzuadamente tomadas, para lo cual analizaron los efectos directos, indirectos y daños colaterales, a ellos (o sea los nuestros) no les pasa nada. No se revisa nada. Se insinua una discusión pero se rehuye a la misma.
La clase trabajadora está lejos de todo eso porque ni bien intenta organizarse sufre las consecuencias de vivir sin democracia en sus ámbitos laborales, tiene preocupaciones más urgentes y las debe transitar en absoluta soledad desde una sanción injusta hasta un despido con causa inventada para no pagarles la indenmización, siempre está solo a merced de una «casta de sindicalistas chorros» que se quedan con sus aportes sindicales y no lo defienden.
En ese contexto desolador, el poder patronal lo ataca con las llamadas municiones de tiempo. Los empleadores suspenden, despiden y compran tiempo y si un día son condenados pagan el tiempo adquirido con los plazos de la justicia para retomar el control del poder que desafiado por un trabajador.
Lamentablemente la clase trabajadora lucha cuando siente que no tiene nada para perder y solo una minoría de ella lo hace cuando tiene todo para ganar.
Es la realidad cotidiana del 80% del electorado, pero ni la política, ni el autodenominado movimiento obrero toman nota y si se les atraviesa o algún patrón se queja combaten los efectos no sus causas.
Están concentrados en acordar con cualquier gobierno que los proteja de los trabajadores. Siempre navegando en las climatizadas aguas de la tutela gremial.
La clase trabajadora padece una dirigencia que se referencia en recuerdos de figuras políticas que no practican ninguno de los valores en los que se sostienen o construyeron esas referencias al punto que a nadie escandalizan los peronistas en gestiones antiobreras, ni los alfonsinistas en gobiernos pro-dictaduras, o los troskistas dedicados a agroexportación ni siquiera los anarquistas sacrificando convicciones por un cargo en el sistema de poder.
Así las sucesivas decepciones de la clase trabajadora con la política hace que las generaciones post-dictadura no se reconozcan como tal por encima de sus preferencias partidarias. Es víctima de su polarización pero en la práctica ambos extremos responden a los mismos intereses, como ocurrió en la aprobación de la Reforma Laboral o el acuerdo de renegociación de la deuda con el FMI.
Los empresarios ponen huevos en todas las canastas y logran leyes blandas para sus abusos laborales, excenciones para sus evasiones impositivas y moratoria para sus deudas con leyes que son votados por las mayorías legislativas sobre la teoría del derrame, “si a las Pymes les va bien los trabajadores van a estar mejor”. Lo cierto es que cuando a las Pymes les va bien no siempre los trabajadores crecen al mismo nivel que sus empleadores que a la mitad de ellos ni los registra.
En cambio los trabajadores no exigen como clase trabajadora a los políticos del partido al que votan que incluyan en sus plataformas propuestas que lo beneficien o que se asbtengan de votar leyes nocivas para sus proyectos de vida.
Tiende a discutir con otro trabajador simpatizante del partido que gobierna o de sus detractores, decir oposición sería muy generoso, no establece unidad para exigirles a todos los partidos y a los gobiernos que esos derechos no se tocan.
Esta desunión de los de abajo es promovida por los que están arriba.
Ante los últimos ataques a la clase trabajadora se confió su defensa a los políticos, los políticos priorizaron sus acuerdos para no incomodar a los sindicalistas y los sindicalistas no quieren incomodar a las cámaras empresarias que les permiten sostenerse en los cargos despidiendo a los opositores. Por eso tenemos a los curas hablando de pobreza y bajos salarios y a los sindicalistas haciendo caminatas de fe.
¿Cuánto durarían esos sindicalistas en sus cargos si las patronales y el estado empleador no se entrometieran a sostenerles el monopolio desde una elección de delegados hasta las de comisión directiva de donde salen las cúpulas de las centrales?. La CTA que se creó en los 90′ para terminar con los vicios del modelo sindical hoy tiene dirigentes adictos al fentanillo de la CGT.
En ese río revuelto hasta un presidente libertario, denunciador de la casta chorra sucumbe y transa con la casta.