Por Gustavo Córdoba*.
La burocracia sindical ganó la batalla cultural de los últimos 20 años, entraron a la década ganada escondidos debajo de sus escritorios porque se debían ir todos y salieron de ella más fortalecidos, millonarios y con un aparato paraestatal que siempre los protegió de los trabajadores.
Las últimas elecciones de la UTA y en comercio ponen de manifiesto que la teoría de dar la pelea “desde adentro” no sirvió, porque esa disputa se da en los laberintos donde el árbitro no es imparcial. Que las oposiciones si son desprendimientos de la estructura principal, no vienen a ponerla en riesgo, simplemente a compartir los beneficios.
De los “gordos” cegetistas es público que gerencian una corporación destinada a venderles seguridad antisindical a las empresas privadas y estadísticas antiinfalcionarias al gobierno de turno, y hacerles dueto en las ponencias en las asambleas de la Organización Internacional del Trabajo donde ministros y burócratas sindicales se ponen de acuerdo sobre los índices de precariedad bajándola un par de dígitos en los pasillos de la ONU en Ginebra con simple guiño.
Los mismos que cuando vuelven al país prohíben a sus delegados a tener contactos con los activistas de la CTA porque somos mala influencia, pero no se quejan cuando nuestros dirigentes internacionalistas les ceban mates fríos y se hacen bromas sobre sus equipos de fútbol y les aplauden sus mentiras sobre proyectos en beneficio de los trabajadores que nunca se realizan.
El problema para todos ellos somos la base, los laburantes comunes, los que no entienden eso que la elite sindical llama “contradicciones”.
Es fácil hablar de la burocracia cegetista, pero ellos no venden nada, no leen Página12 ni las columnas de Verbistky los domingos en la casaquinta con rubor, son garcas y lo lucen con orgullo y argumentos.
Nosotros sin embargo, tenemos inconvenientes en discutir sin prurito las nefastas consecuencias de haber crecido en una CTA dividida por las mismas razones que hoy sus cúpulas se juntan a compartir palco, a ver si se puede morder un cargo en las listas de los partidos, sometidos a sectores que nunca nos quisieron por dizque fragmentar el movimiento.
No tenemos por qué asumir que el problema seguimos siendo los que entonces no estábamos de acuerdo que 20 tipos reunidos en el salón azul decidieran por nosotros sobre la ruptura porque los sectores mayoritarios tenían conceptos distintos de su empleador gubernamental que hoy es el mismo y que nadie sepa explicar qué fue lo que cambió para volver sobre esos pasos. Peor aún, que nadie asuma los costos del perjuicio a la autonomía, a la unidad, a la libertad y la democracia sindical.
El tiempo nos explica que las diferencias irreconciliables no eran ideológicas, que el conflicto era un típico juego de la silla por el sillón, sin mayor estrategia de poder que maquillar la militancia por una desaforada carrera por los cargos públicos que inmovilizan a la CTA y la condicionan a la hora de ser la CTA auténtica, porque no se puede vivir de los dos lados del mostrador sobre todo porque el que incide son los intereses del gobierno y los gordos de la CGT que son los mismos del poder económico que algunos dicen y otros pocos intentan combatir desde la CTA.
Atravesamos un tiempo donde la dirigencia que en teoría conduce todo esto es la generación de los 70’ que pasó los 70, y tiene su debilidad por vivir mirándose el ombligo desde la épica de una revolución que solo ofrece evocación, que fueron dejando de llegar al pique corto pero jamás miraron al banco de suplentes en los últimos 40 años.
Y así llegó el 2023, con una restauración menemista en marcha, porque el kirchnerismo no quiso construir su propia continuidad cuando debió, limitándose a tercerizarla cuando no pudo garantizarla. Eso si, siempre mantuvo la coherencia a la hora de transar con la CGT para tutelar la libertad sindical, agitando reacciones desde el palco para sofocarlas luego al bajar, incitando a los jóvenes a luchar por lo que sus dirigentes no quieren, por inconfesables motivos, por comodidades incómodas.
Será un invierno largo el que viene para los que no disfrutan del frío ni tienen la calefacción de las listas partidarias entre los que entran seguro.
Solo queda apegarse a nuestros emblemas: Los de una Central de Trabajadores de la Argentina, ni de los gobiernos, ni de los partidos políticos, ni de los patrones, que en definitiva son los slogans escritos en el cartel de la puerta por eso entramos, y resistir contra quienes quieren que nos olvidemos de esas banderas, mientras se van convirtiendo en apodos inofensivos.
La CTA piola que ceba ricos mates.
